viernes, 14 de septiembre de 2007

SONETO PARA DRAGÓ

Es Fernando Sánchez Dragó uno de los pocos intelectuales oficialmente reconocidos en España que me merecen respeto. Además, siento por él una enorme admiración, una justa gratitud por lo aprendido en sus libros y sus programas y una gran simpatía personal. A cambio, él me debe a mi muchas horas de sueño de cuando hacía las Noches Blancas, aquellos lejanos domingos hasta las 2 de la mañana, y de ahora, con su gran programa noticiero en Telemadrid.
Por todo ello, le dedico un soneto que no tiene más pretensión que el de hacer una gracieta rimada, que no constituye más que un conjunto versos al galope del mundo dragoniano. Ahí van:
La del alba sería cuando en tromba
Fernando, atril en ristre, lee a dos manos,
Sánchez salta adjetivos a la comba,
Dragó cose latidos cirujanos.
Si de un tiempo agitara, grana y oro,
blancos pañuelos desde las barreras
hoy anda entrometido su kokoro
en un duelo de muertes paralelas.
Agua de Benarés. Panza de buda.
Filósofo de fósforo incendiario.
Cervantes, Boadelaire, Catón, Neruda,
escriba de Jesús el nazareno,
anarco liberal, y en el diario
tu España malguardada entre el centeno.
PD: Para la revista en la que participo he tenido la suerte de entrevistar a varias personas interesantes. De entre todas ellas, la que le hice a Dragó creo quedó especialmente interesante. La podéis leer aquí, en la sección "entrevistas".

¿POR QUÉ ESCRIBO?

Quisiera que nadie leyese lo que escribo.
No.
Miento.
Quisiera que todos leyesen lo que escribo,
pero que nadie supiese que soy yo.
No.
Vuelvo a mentir.
Quisiera que todos me leyesen
y supiesen que soy yo quien esto escribe,
pero que todos fingiesen ignorarlo.
No.
Miento de nuevo.
Porque quisiera, no sólo que leyesen lo que escribo
y que, además, supiesen que soy yo,
sino que reconozcan vivamente lo leído
mirándome, admirados y envidiosos,
y entregándose, ardientes y vencidas.
Aunque,
pensándolo mejor,
quizá mienta otra vez
y sólo escriba
por vaciarme
de sueños y preguntas.

VINDICACIÓN DE GREGORY HOUSE

Supongo que todos sabrán de quién hablo. Se trata de un médico cojo, pegado a un bastón, unas zapatillas nike la mar de horteras, un par de camisas sacadas por fuera del pantalón, una barba de tres días, un par de ojos azules, una boca problemática y una cabeza privilegiada. Un tipo único, por lo raro y lo grande y lo exquisito. Un personaje imborrable, por lo complejo y lo matizado y lo distinto. Un hombre con la amargura de no ser feliz (como todos, pero que además lo sabe y le da vueltas). Un triunfador sin una Adrian a quien gritar “mira, lo he conseguido” desde el ring (la tuvo y sacó el cuajo suficiente como para pedirle que se marchara: “jamás podré hacerte feliz”). Y el protagonista de una de las mejores series de la historia de la televisión.
El Dr. House es la mirada glauca del capitán Alatriste. Las frases como dardos de Corto Maltés. Los whiskys solitarios de Philip Marlow. El gesto lento y torcido de Bogart. La honestidad del hombre que mató a Liberty Balance. La estoica chulería de aquél Núñez de Balboa que se sentó en la playa, ante su Océano recién descubierto, a esperar que subiera la marea, para que fuera el agua y no él quien diera el primer paso. El magnetismo de don Vito Corleone y la determinación de su hijo Michael. La sinceridad de quien no puede sino escudarse en la ciencia por no ahogarse en el mar de mentiras que corren sueltas, más allá de ella (“todo el mundo miente”). La firmeza del que es fiel a unos principios. El francotirador de lo políticamente correcto. La abnegación del que tiene una fe verdadera. La seguridad y el arrojo de saberse el mejor de todos. Los huevos que todos quisiéramos tener para jugárnoslo todo a una carta cada día, cada minuto, y ganar para hacerle un corte de mangas a la banca. La cabeza fría y el pulso firme de la verdad desnuda, despojada de todo tipo de adornos. La chupa de cuero y la moto de los rebeldes con mucha causa. El esqueleto lo suficientemente elegante como para no afeitarse y ponerse camisas arrugadas que, encima, le quedan bien. Y la ternura del tipo duro, que se empeña en salir de cuando en cuando. House es estas y otras muchas cosas. Estos y otros muchos hombres.
Hay quienes no le aguantan. Quienes ven en él una especie de recreación del mal. Una suerte de aborto de los valores morales mínimamente exigibles (el otro día un tal… no me acuerdo en “LaRazón”, por ejemplo). Nunca tan bien como aquí pudiera alegarse aquello del “desprecian cuanto ignoran”. Son esos que confunden lo borde con lo maleducado. Lo directo con lo malintencionado. El sarcasmo con el insulto. La ironía con la prepotencia. Los cursis, en fin, amantes de lo retorcido y las dobleces. Malditos sean.
De House puede y debe sacarse toda una filosofía de vida. Un manual de principios. Un diccionario entero de virtudes que no por muy mentadas a diario tienen validez alguna. Todo un arte de hacer sin ser visto, de intenciones no realizadas, de querer y no poder que constituyen la esencia de un personaje lo suficientemente complejo (“soy un tipo complicado, a las tías les mola”) como para servir de filtro entre el espectador activo y atento, del autómata que busca en el televisor una vía de escape facilona y a mano.
Lo escribió hace poco César Vidal: si algún día caigo enfermo, quiero que me cure él (en su hospital privado, claro). Como todos los tontorrones que se rasgan los ropajes al verle en acción.
Larga vida, pues, al Dr House.