domingo, 23 de marzo de 2008

POR EJEMPLO QUERERTE

Por ejemplo una bomba de racimo
debajo de la falda de tus días.
Por ejemplo abrigar melancolías
con pijamas a rayas de asesino.

Por ejemplo volar bajo los puentes.
Por ejemplo soñar revoluciones.
Por ejemplo asomarse a los balcones
de un “more stars than heaven” que no miente.

Por ejemplo pasiones, nervios, miedos,
la angustia de la víspera, el amargo
palpar las cicatrices con los dedos.

Por ejemplo el ensayo de las poses.
Por ejemplo quererte. Y sin embargo,
saber lanzarme al mar de los adioses.

TANGO IMPACIENTE

“Que el mundo fue y será una porquería”
sentencia en su canción el argentino
cargado de razón. La nadería
y el odio son el polvo del camino.

Espesa y quejumbrosa es la arboleda
violada por la prisa de las piaras.
La nada y la maldad son las dos caras
posibles de la más triste moneda.

Cuando puertas adentro huele a muerto,
cuando llueve en la fe del que más reza,
cuando tiemblan los barcos en el puerto,

mi esperanza es la luz de tus pezones,
mi sed tu silueta y mi pereza
tenerte que buscar en las canciones.

A LA LUNA

Otra vez te esfumaste entre la bruma
canalla y mañanera de mi puerto.
Nadie diría, a falta de tu espuma,
que anoche en mi colchón hubo concierto.

Escrito con carmín en el espejo
hay un “te quiero” y cuatro corazones.
Aún suena en el compás de mi entrecejo
el eco del crujir de tus tacones.

Vuelo de faldas. Timba de sudores.
Lengua en el paladar. Gota de hoguera.
Madera del cantar de los cantores.

Corre a la luz del día sí, pero a la luna
recarga el botiquín de mi trinchera.
No me dejes colgado y sin vacuna.

BUSCÁNDOTE

Quizá no nos podamos encontrar más que en mis versos.
Quizá hasta nos hayamos ya cruzado en algún sitio.
Puede que fueras tú, ponte por caso, la dueña de la falda
azul y viento que andaba en la estación el otro día.
También pudieras ser la que bebía a solas en la barra
o esa otra que besaba sin fe los labios de aquel tipo.
Puestos a especular puede que incluso
tengamos ya noticia uno del otro,
que hasta hayamos hablado y discutido
de un futuro de niebla en el que estemos juntos, sin saberlo.
Pudiera ser también que ya hayas sido,
que ya te haya besado y disfrutado
todo cuanto el azar fijó que me correspondía.
O puede que me esperes tan lejana
que yo no sepa andar hasta encontrarte.
O que me canse antes y tire la toalla.
O que quiera buscarte en los ojos de otra.
También pudiera ser que sólo fueras producto de la fe.
Y que al ir persiguiéndote se escape
esa otra que eres tú, pero que es otra.
No sé. Quizá fuera mejor no darle vueltas
y andar con la inocencia del que sabe
que sentarse a esperar no vale nada.
Que hay que echarse a volar y ya veremos.
Que romper a vivir tiene estas cosas.

ASOMADO AL FUTURO

Como todos los jóvenes, yo vengo a llevarme la vida por delante
y espero que el azar se cuadre de tal modo que aparezcan,
igual me da la forma en que se crucen la causa y el efecto,
el ron canela y vivo de los bares de puerto,
y las risas y el llanto y las risas que estelan los amigos,
y el sabor a naufragio de los antros nocturnos,
y decirle que sí al cañón de los ojos de una rubia platino,
y decirle que no al imán de la inercia de lo ya conocido,
y el café con espuma, y la brisa marina,
y el sueño recurrente de cortarle
a un toro dos orejas en Las Ventas,
o el otro de ser dueño de algún Oscar
y decir ante todos thank you, father,
y el picor de un hogar amarillo y paciente,
y la antigua ilusión de las noches de reyes,
y tener bien presente el ejemplo paterno,
y tener bien a mano el ejemplo materno,
y tertulias de luna y arrabales,
y el frescor de un recién y temprano afeitado,
y el valor de afrontar que no vuelven las horas,
y volar con las alas que me ofrezca el dinero,
y sentir con alivio que al final encontré
a la fiel compañera que esperaba y me espera.

ME TIEMBLA UNA MUJER

Me tiembla
una mujer en la garganta.
Una mujer difusa,
pero cierta.
Más cierta y más concreta
que todas las mujeres que me cruzan
y me crujen
por la calle,
llenas de sangre y viento,
con sus cinturas de agua y sus ojos de tierra.
Mujeres municipales,
de las debidamente autorizadas.
Todo carne
y cuerdas
y números
pegajosos.
En la garganta
me tiembla una mujer
que me sube
con su jugo de ramas,
espumándome
de azúcar,
levemente,
como con voz de ahogo
y ausencia de relojes.
Tristemente,
derrite el mármol ágil de sus muslos
y explota
salpicándome
unos besos amarillos,
fieros y casi
humanos.
Una mujer
me tiembla en la garganta
(lengua sin verbo,
nube de madera),
una mujer
de verde corazón helado
que me sella los ojos,
despiadada,
a base de palmeras
y racimos
de aire
y antorchas de naranjas
recién
amanecidas.
Una mujer me arrastra y
me condena,
temblando
en mi garganta.

IMAGINANDO PARAÍSOS

…Y la vida siguió. Y siguió la gente madrugando,
y las horas pasando sin mayor novedad, y su hijo
creciendo,
y su marido tocándole el culo a una nueva secretaria,
y las noches del bar, esas sí, echándola de menos.
Nadie supo nunca dónde estuvo. Y pocos, muy pocos,
supimos que un día volvió.
Parecía una foto vieja y arrugada de la diosa
que había desembarcado aquella primera y lejana noche
en el bar, cuando casi se hizo de día,
con sus vaqueros alegres de tanga altivo y pendenciero.
Su prieta delgadez era ahora un polvoriento pellejo desinflado.
Su cara, como absorbida, todo osamenta y ojos.
Su pelo, una maraña gruesa, de un marrón casi gris.
Su manos ojivales, dos rastrillos de vicios y venenos.
Su esqueleto, una percha nostálgica y avergonzada.
Ni una palabra de lo sucedido. Ni una
sola respuesta a las preguntas que todos le hacíamos
con la mirada. Ni una sola explicación
de algo que, por otra parte, no tenía por qué contarnos.
Nos sonó a salmantino “decíamos ayer” cuando,
como si nada hubiese sucedido, nos preguntó
de qué se debatía, qué mapa verde o roto
andábamos tratando de arreglar.
Al cabo, aprovechando una cierta
dispersión de los presentes, me apretó fuerte
la mano, acariciándomela con su pulgar huesudo,
en un gesto levísimo y breve y, sin embargo,
cargado de infinita ternura al que sólo supe
responder con una ahogada sonrisa cómplice.
Justo antes de marcharse, me lo dijo: “¿Sabes, amor?
Más de una vez he sonreído recordando cuando
nos conocimos y nos pasamos la noche
imaginando paraísos en los que malvivir
con el dinero del banco que me juraste robar”.

ESAS PALABRAS

Esas palabras que nunca dijimos. Que ya nunca
diremos. Esas palabras.
Esas palabras como mares deshechos,
como trozos de lluvia seca o derramada para
siempre, que allí quedaron. Que allí
quedaron. Allí. Donde nunca más
se ve la misma orilla. Esas palabras. Las que nunca
dijimos. Las que nunca
diremos. Donde ya ni olvido ni recuerdo y, sin embargo,
nunca. Esas palabras, tristes como huecos, ay, esas
palabras. Nunca, sí, ya nunca, como lo que no fuimos,
como lo que nos llama desde no sé, desde allá lejos,
muy lejos, como pidiendo explicaciones, como un
y aquí me dejas, ya para siempre, siempre, siempre,
para ya nunca jamás. Donde ni olvido ni recuerdo. Donde
esas palabras que nunca dijimos, que ya
nunca diremos. Esas palabras. Como arena escurrida entre los dedos,
como arena fundida con la arena, ay, esas palabras
que pesan con la fuerza de lo que no fue, de lo que pudo
haber sido de haber sido también esas palabras.
Palabras como rosas o esqueleto de pájaro, como de
almíbar triste, como de azul reseco. Palabras como aromas
recordados de nada y nunca vivos. Escalera de azares
no encontrados y cimas y profundos y adelante.
Esas palabras, ay, que no
dijimos. Que ya nunca diremos.
Esas palabras.

DE MIS DESILUSIONES Y TUS DÍAS

Parece la ciudad el mapa amargo
de mis desilusiones y tus días.
Allí no te besé. Allí te me escapaste.
Allí pudo haber sido y casi fue.
Allí te dije adiós, pero sin ganas.
Allí, fíjate bien, no sé si lo recuerdas,
justo bajo el balcón de flores amarillas,
besaste a aquel imbécil. Allí diste la mano
a aquel otro tan rubio, tan claro, tan cerveza.
Allí te iba a haber dicho que te amaba.
Y por ejemplo allí, o allí, o allí más lejos,
te hice el amor sin tú apenas saberlo,
sin tú sentir apenas tus lunas más felices,
rechazando el presente que no sabes,
despreciando el asfalto de los sueños,
ordeñando relojes y bombones,
ignorando el futuro que te aguarda
-palmera de venganza, ceniza de ilusiones-
donde poder matarnos y nacernos
y amarnos y comernos y manzanas.

OVER THE RAINBOW, A LA IZQUIERDA

Yo que soy juez al tiempo que testigo
y acusado sin pruebas ni coartada
para siempre y un día sin tu almohada
me condeno a ser yo, mi, me, sintigo.

Las noches de Madrid son menos noches
y más menos Madrid si en la Gran Vía
no tirotea la paz de tus derroches,
hoy tan mermada, tan melancolía.

Así que aquí me tienes, viento en popa,
naufragando en la sal de tu saliva,
aún varada en la orilla de mi copa.

Si alguna vez tu olvido me recuerda
ya sabes que me encuentro, a la deriva,
somewhere over the rainbow, a la izquierda.

LA QUE SE FUE

Pisando la dudosa luz del día
dejé una vez las puertas de tu casa,
después de haber besado, todo pasa,
la boca que ya nunca será mía.

¿Que ya nunca será? Tan poca fe
me empuja a recurrir a José Alfredo,
tantas luces dejaste… que no puedo
dejar de tricotar La que se fue.

Un recuerdo eres ya, una mañana
de Reyes, una Cruella con malicia,
un licor que olvidar de madrugada.

Una ausencia, una nube, una gastada
imagen de un portal y una caricia.
Dos locos. Una prisa. Polvo. Nada.

MUÉSTRAME EL NORTE

To be or not to be, tal es la cosa,
y yo soy tan no ser que nunca he sido.
Vuelo de pluma. Esquirla de baldosa.
Rompí a vivir callando estar perdido.

Un querer ser sin fin a simple vista
es lo que soy. Lo pone en el espejo.
Nunca era yo cuando pasaban lista
por más que diera el pego mi pellejo.

Ayúdame a encontrarme en los rincones
oscuros de tu piel de mariposa,
muéstrame el norte al son de tus tacones,

que antes de echar el último suspiro
al borde azul y eterno de mi fosa,
debo poder decir al fin que he sido.

EL GRITO DE MIS MONSTRUOS

Vivo en conversación con los difuntos
y escucho su hondo grito que me ruega
ir de mi corazón a los asuntos
que dejaron pendientes. Con la entrega

abnegada y paciente de un amigo
cumplo ordenadamente la andariega
tarea que me exigen. No es castigo
sino dulce placer, aunque la siega

de alguna directriz me sea imposible.
Más, sin embargo, alguna es apacible
y la atajo con gusto casi obsceno:

una caricia azul, un beso ameno…
Cumplan, en fin, mis dedos sorprendidos
el grito de mis monstruos más queridos.

UMBRAL/UMBRAL

El monstruo entre mis monstruos, el padre sin saberlo
de la niebla y la bruma de mi literatura.
Macarra de melena yesuda y pantalón
prieto y desmelenado, un dandy con los ojos
de culo de botijo, poeta/motorista
con prosa por asfalto, lector de ceño torvo.
Un narrador voraz de rosas y de nubes,
metralleta Olivetti de encaje verde oliva
disparando una manta de folios de Carrara,
burgués de chicas progres y polvo de brillantes,
interrupción sublime, baudelaireana sombra
á la recherche du temps perdu y uvas doradas.
La historia literaria en blazer y vaqueros
tronando en una voz de gatos amarillos,
sillón de mimbre ausente, tumba mortal y blanca,
albornoces sin frío y espejos aliviados.
Capital del dolor, bufanda de negritas,
aún suena en la Gran Vía, Madrid bajo sus botas,
el mar de Tatuaje, versión Concha Piquer.

HERE’S LOOKING AT YOU, KID

Humphrey Bogart en la mesa
del fondo, junto al piano,
se emborracha y de su mano
cuelga un rayo que no cesa
rubio y profundo. Le besa
dejándole en soledad.
Sólo el final es verdad,
un aeropuerto es un lienzo
y esto que acaba el comienzo
de una bonita amistad.

BEGIN THE BEGINE

Repicar con el sóngoro cosongo,
morirme de sed en los desiertos de John Ford,
mirar con los ojos de Borges,
que son acaso los de Homero,
y tratar de descifrar el laberinto,
besar a la primera que me mienta diciendo que
no se irá,
seguir sangrando por la herida que dejaron
todas las que hasta entonces dijeron eso mismo,
pedirles encarecidamente perdón
a las que prometí no irme nunca,
levantarme y andar, como Lázaro,
camino de nada, como Krahe,
naufragar como Corto Maltés en los mares del Sur,
resignarme a ser un marinero en tierra,
bajar al bar de la esquina, subir la cuesta Moyano,
quemar el Ministerio de Hacienda,
piruetear como el bufón de la Sonatina de Rubén,
mear en el Café Gijón, por ver si se pega algo,
cabalgar con John Wayne, disparar con Clint Eastwood,
sorber el mal de las flores de Baudelaire,
llorar con José Alfredo, que sigue siendo el rey
de los amigos del hombre, reír con Sabina,
discriminar negativamente en base a lo quiera,
acampar en la Puerta del Sol,
comer, joder y caminar con Camilo José Cela,
sacarme en Las Ventas una barrera del 9
y tirar almohadillas a los del 7, malditos sean,
meterme las manos en los bolsillos,
presumir de tener un amigo gay,
oler el Diccionario,
volver a reír con José Alfredo
y a llorar con Sabina (o era al revés),
presumir de tener un amigo negro,
volar en el Metro y comprobar
que los frikis vienen arrasando,
salir a perder el tiempo en busca del tiempo perdido,
consumir, traficar en el bendito mercado negro,
bajarme en Atocha,
dar plantón a Godot, gastar en el top manta,
plañir una ranchera, acunar un bolero, pedalear un tango,
saber que en inglés se dice “daydream”,
viajar a París a oler la lluvia que decía Sabrina,
correr en bicicleta a Tombuctú,
pensar que uno es feliz, tratar de convencerse,
no cortarse las venas al comprobar que no y
conformarse con haberlo sido alguna vez,
mirarle el culo a la vida y, si se vuelve y nos sonríe,
no dejarla escapar,
patearse el Rastro recordando
el optimismo gordo de Ramón,
concertar una cita con las musas y sentarse a esperarlas,
respirar los campos de Castilla,
mirar el mar, el mar, y no pensar en nada,
mentir piadosamente,
levantarse y volverse a agachar en el patio de casa,
quitarse la máscara, sacar al balcón la bandera pirata,
mojar los periódicos, engordar la biblioteca,
mojar la televisión, cocinar la radio,
ir al cine a esparcir palomitas,
contratar un crucero que haga escala en Ítaca,
dejarse seducir por las sirenas,
conseguir olvidarlo de una maldita vez,
renacer Macondo, naufragar Venecia, caminar Madrid,
no prestar atención, correr sin rumbo cierto… Y otra vez a volver
a volver empezar.

ASESINA

Como a una Bogart femenina pareciera
que la noche anterior te hubiera sucedido
el fin del mundo, que ya todas las copas
de los bares las hubieras bebido y que esos
tacones tuyos, como de lápiz infantil recién
acuchillado, desde todos los andenes
se hubiesen despedido de algún muerto.
Porque es que pareciera que en el bolso
llevases por carné la ficha policial
con el listado largo de tus asesinados,
de todos tus amores eternos que una noche
no llegaron a ver el humo delator
que de tus uñas rojas brotaba a borbotones.
Gracias a Dios, en fin, que ni has mirado
más allá de la mesa de aquel tipo
que, delante de mí, se tomó sin saberlo,
como todos, su güisqui último y total.
Descanse en paz aquel inocentón
que anduvo hacia la muerte de tu brazo.

PLANES DE ACCIÓN

Se me ocurre robar la Torre Eiffel
tostar el mar como la crema catalana,
enrollarte en un palo el algodón de una nube,
una de esas con caras o batallas,
guardar en algún tarro transparente
el blanco de la luna que se cuela
por entre aquellas copas como agujas
de los bosques del norte, no sé,
desenrollar quizá una alfombra de raíles
ante tus pies descalzos y proponerte huir,
colocar un columpio de madera en el Puente de Brooklyn,
poner de aperitivo los olivos
del fondo del Retrato en la ventana, de Dalí,
ordenarle los pelos a tu gato,
inventariar los nombres de las cosas,
jurar que el If de Kipling fue obra mía,
correr hacia la guerra
en busca de una enorme cicatriz,
gastar paracaídas, tatuarme los brazos,
saltar como espontáneo
sobre la arena eterna de las Ventas
y un montón más de heroicas cursiladas.
Se me ocurren, ya ves, mil y una ideas,
mil y un planes de acción
que luego a la mañana,
cuando eres de verdad y huele a lluvia,
se escapan y otra vez
a darte por perdida.

ME QUEDAN ESTOS VERSOS

Me quedan estos versos. Aunque ande ahora viviendo
en hombre de oficina, me quedan
estos versos. Aunque naufrague en tinta y me huelan
las manos a informática, aunque comparta tren
con mil oficinistas y salga a trabajar
a la hora de volver en días normales, cruzándome
con mis antiguos compañeros, borrachos, descamisados,
eternos camaradas que me esperan, al final
de la semana, con la lumbre de barra y luces
de botellas. Aunque el despertador, aunque
el olor a churros me señale un principio desnortado,
aunque ande con el cuello atado a la corbata y esta
humedad reciente esparcida por el pelo. Aunque
las secretarias olor a laca y leche, aunque el papel
preñado de fotos y noticias insensatas sepa a recién
cocido y anuncie el fin del mundo. Aunque me
funda en ellos y me calle, me quedan
estos versos.

FUNNY FACE

Ella no dijo nada pero los hay que saben
(sabemos) la verdad que yo revelo ahora.
Aquella que atendía al nombre de Audrey Hepburn
se hizo carne y bajó a esta tierra de huesos
con la excusa feliz de alegrarnos a todos,
de achisparnos los ojos, de aliviarnos el luto,
de salpicar las horas que nos marcan el paso.
Y todos fuimos guapos a la luz de su luna,
y todos nos libramos, al fin, de nuestros miedos,
y todos conseguimos cuajar esa gran noche,
la peli de la vida, la nuestra, con el beso
sabor a happy end que todos le robamos.
Dicen que cuando niña odiaba las muñecas
(“no parecen reales”) y las tiraba al suelo
tejiendo su venganza, sabiendo que sería,
sangre, sudor y risas, la muñeca del mundo
con sus ciento setenta centímetros de altura
y el radio de su ombligo, clavando los cincuenta.
“No ha estado mal, cariño, teniendo en cuenta que
careces de talento”, le sentenció la madre.
Justo después fue cuando el mundo se inclinó
ante su viva imagen de sueño con zapatos.
En “Love in the afternoon” le puso Billy Wilder,
a enumerar la lista de todos sus defectos:
“Tengo los pies muy grandes, me salen las orejas,
demasiado delgada, algún diente torcido
y mi cuello es muy largo, como de cisne triste”
para a continuación dejar que Gary Cooper,
se alzara en portavoz universal: “quizá,
pero adoro la gracia de todo en su conjunto”.
Una vez que supimos, definitivamente,
que los ángeles tienen esencia de mujer
volvió a subir al cielo dejando en evidencia
el “more stars than heaven” que aquí quedó, tan hueco.
Y cada vez que pongo alguna de las suyas
de entre los muertos vuelve con un ramo de besos
a hacer –bendita sea- brillar mi habitación.

MADRID, AMOR

Eres, Madrid, amor, cuidad querida,
calle de piedra y pan, leve tejado,
puñal festivo, andamio masticado,
ojal con piercing, sangre sin herida,

plaza bullente, duro ministerio,
paz de neón, secreto escandaloso,
capote de satén, andén rugoso,
tanga de plata y frágil cementerio.

Eres, Madrid, amor, tan solo acaso
en la flor de mi cielo así de ameno,
pues si a tu vientre acudo es el fracaso

quien sale a recibir. Y así, otro día,
vuelvo a la decepción mientras te lleno,
Madrid, amor, de sueño y lejanía.

UMBRAL ESCRIBE A SU MUJER DESDE LA MUERTE

Como un Cid miope y con bufanda nos viene Umbral, con su jardín de gatos y sintaxis, a seguir ganando la batalla de la literatura desde más allá de la muerte, desde más allá de unas nubes de mares y de olvidos, con una larga carta a su mujer, a su María España, patria querida y fiel y femenina, como la única entre todas las mujeres de las que pasaron por el cuerpo del escritor. Lo dijo ella el otro día: Pasaron muchas, sí, y bien que hizo, pero sólo yo quedé. Generosidad y orgullo de mujer. Amor, debe llamarse eso.

Carta a mi mujer. Carta larga que son dos cartas o quizá todas las cartas que no quiso o no supo mandarle a lo largo de la vida y que vienen ahora con remite, qué ironía, de donde ya no se es, de donde ya todo es recuerdo largo y cada vez más roto. Carta a mi mujer. A su mujer. A esa que forjó como un arma para sobrevivirse, en palabras de Neruda que abren el libro. Y para sobrevivirse llegan estas cartas, ahora que ya es un muerto, con sus dos fechas cumplidas y su mortaja.

Para sobrevivirse y para completar la parte más puramente íntima de la obra inabarcable/inagotable de éste que fue quizá el mejor prosista en español del siglo XX –yo sólo lo comparo con Quevedo, sentenció Cela-, una parte perfectamente definida que limita al norte con su madre/Greta Garbo, al sur con su hijo mortal y rosa, al este con su mismo ser de lejanías y al oeste, ahora, con su amor/mujer. Cuatro diarios íntimos. Cuatro puntos cardinales preñados de lirismo y corta distancia que diseñan el mapa de un hombre complejo, de alma poliédrica, capaz de dejar de lado su trillada actualidad para vomitarnos un presente puro y profundamente personal sin el que no es capaz de explicarse a sí mismo. Con estos cuatro libros no escribe para contar, sino para contarse, para mostrase a sí mismo, para leerse después y saber a quién coños se encuentra por todos los espejos. El cuerpo es pastor del ser, y Umbral en estos libros nos muestra su rebaño.

El libro, claro, no ha tenido ecos de periódico, ni ha sido perseguido por la electricidad. Los mismos cobardes que ayer se cuadraban ante su voz de tumba, los plumillas que tanto han acudido al pie de sus columnas en busca de limosna, los pisamoquetas que un día temieron sus balas de papel aun no se han enterado de la vuelta del monstruo. O no han querido enterarse, empapados como andan de un analfabetismo contundente.

Su mujer, en cambio, su María, su mariamor, sabe que Paco ha vuelto y lleva bajo el brazo la carta que ha dejado como prueba. Ella quedó, sí, única y sola, entre todas las mujeres. Este libro así lo cuenta. Palabra en el tiempo, escribió el poeta. Mujer en el tiempo, quedará ya para siempre María España.