Vivo en conversación con los difuntos
y escucho su hondo grito que me ruega
ir de mi corazón a los asuntos
que dejaron pendientes. Con la entrega
abnegada y paciente de un amigo
cumplo ordenadamente la andariega
tarea que me exigen. No es castigo
sino dulce placer, aunque la siega
de alguna directriz me sea imposible.
Más, sin embargo, alguna es apacible
y la atajo con gusto casi obsceno:
una caricia azul, un beso ameno…
Cumplan, en fin, mis dedos sorprendidos
el grito de mis monstruos más queridos.
domingo, 23 de marzo de 2008
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