domingo, 23 de marzo de 2008

UMBRAL ESCRIBE A SU MUJER DESDE LA MUERTE

Como un Cid miope y con bufanda nos viene Umbral, con su jardín de gatos y sintaxis, a seguir ganando la batalla de la literatura desde más allá de la muerte, desde más allá de unas nubes de mares y de olvidos, con una larga carta a su mujer, a su María España, patria querida y fiel y femenina, como la única entre todas las mujeres de las que pasaron por el cuerpo del escritor. Lo dijo ella el otro día: Pasaron muchas, sí, y bien que hizo, pero sólo yo quedé. Generosidad y orgullo de mujer. Amor, debe llamarse eso.

Carta a mi mujer. Carta larga que son dos cartas o quizá todas las cartas que no quiso o no supo mandarle a lo largo de la vida y que vienen ahora con remite, qué ironía, de donde ya no se es, de donde ya todo es recuerdo largo y cada vez más roto. Carta a mi mujer. A su mujer. A esa que forjó como un arma para sobrevivirse, en palabras de Neruda que abren el libro. Y para sobrevivirse llegan estas cartas, ahora que ya es un muerto, con sus dos fechas cumplidas y su mortaja.

Para sobrevivirse y para completar la parte más puramente íntima de la obra inabarcable/inagotable de éste que fue quizá el mejor prosista en español del siglo XX –yo sólo lo comparo con Quevedo, sentenció Cela-, una parte perfectamente definida que limita al norte con su madre/Greta Garbo, al sur con su hijo mortal y rosa, al este con su mismo ser de lejanías y al oeste, ahora, con su amor/mujer. Cuatro diarios íntimos. Cuatro puntos cardinales preñados de lirismo y corta distancia que diseñan el mapa de un hombre complejo, de alma poliédrica, capaz de dejar de lado su trillada actualidad para vomitarnos un presente puro y profundamente personal sin el que no es capaz de explicarse a sí mismo. Con estos cuatro libros no escribe para contar, sino para contarse, para mostrase a sí mismo, para leerse después y saber a quién coños se encuentra por todos los espejos. El cuerpo es pastor del ser, y Umbral en estos libros nos muestra su rebaño.

El libro, claro, no ha tenido ecos de periódico, ni ha sido perseguido por la electricidad. Los mismos cobardes que ayer se cuadraban ante su voz de tumba, los plumillas que tanto han acudido al pie de sus columnas en busca de limosna, los pisamoquetas que un día temieron sus balas de papel aun no se han enterado de la vuelta del monstruo. O no han querido enterarse, empapados como andan de un analfabetismo contundente.

Su mujer, en cambio, su María, su mariamor, sabe que Paco ha vuelto y lleva bajo el brazo la carta que ha dejado como prueba. Ella quedó, sí, única y sola, entre todas las mujeres. Este libro así lo cuenta. Palabra en el tiempo, escribió el poeta. Mujer en el tiempo, quedará ya para siempre María España.

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