domingo, 23 de marzo de 2008

ME TIEMBLA UNA MUJER

Me tiembla
una mujer en la garganta.
Una mujer difusa,
pero cierta.
Más cierta y más concreta
que todas las mujeres que me cruzan
y me crujen
por la calle,
llenas de sangre y viento,
con sus cinturas de agua y sus ojos de tierra.
Mujeres municipales,
de las debidamente autorizadas.
Todo carne
y cuerdas
y números
pegajosos.
En la garganta
me tiembla una mujer
que me sube
con su jugo de ramas,
espumándome
de azúcar,
levemente,
como con voz de ahogo
y ausencia de relojes.
Tristemente,
derrite el mármol ágil de sus muslos
y explota
salpicándome
unos besos amarillos,
fieros y casi
humanos.
Una mujer
me tiembla en la garganta
(lengua sin verbo,
nube de madera),
una mujer
de verde corazón helado
que me sella los ojos,
despiadada,
a base de palmeras
y racimos
de aire
y antorchas de naranjas
recién
amanecidas.
Una mujer me arrastra y
me condena,
temblando
en mi garganta.

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